Ucronía y distopía (III): Quis custodiet ipsos custodet?

Roberto Ponce Cordero, , ,

La rebeldía innata por la que siempre me he caracterizado y por la que, es más, siempre he querido caracterizarme, que creo que es natural (innata, vaya) pero que también requiere un cierto mantenimiento y compromiso consciente, se expresa, a veces, de maneras que reconozco que son absurdas. Desde niño, por ejemplo, desprecié con desprecio jarocho la ciencia ficción, por tratarse de un género que le gustaba sobremanera a mis padres y a mi hermano mayor. Tocaba desmarcarse y aficionarse a otras cosas (a las Cruzadas, por decir algo, a la historia del cine mudo o al realismo social en la literatura ecuatoriana), o al menos negarse públicamente a leer uno solo de los cientos de libros de Isaac Asimov y de Arthur C. Clarke que poblaban la casa. Leí muchos a escondidas, por supuesto, y disfruté no pocos de ellos. Las tramas de otros que nunca leí me las sé de memoria también porque mi familia nunca dejaba de hablar de eso. ¿Qué puedo decir? Nunca voy a ser fan de la ciencia ficción, en ninguno de los medios en los que dicho género se despliega, pero puedo mantener una conversación medianamente informada y, espero, medianamente inteligente sobre los grandes hitos y los grandes autores: “The Last Question” (Asimov, 1956) es un concepto, o Do Androids Dream of Electric Sheep? (Philip K. Dick, 1968) y “To Serve Man” (Damon Knight, 1950), al igual que Rendezvous with Rama (Clarke, 1973), The Martian Chronicles (Ray Bradbury, 1950), Foundation (Asimov, 1951… y sus muchas secuelas y precuelas), 2001: A Space Odissey (Clarke, 1968), las leyes de la robótica, la serie de Lucky Starr, The Illustrated Man (Bradbury, 1951), The War of the Worlds (H. G. Wells, 1898), la serie televisiva Battlestar Galactica (en sus dos versiones) y hasta Star Wars (George Lucas, 1977). A Star Trek la verdad tampoco llego.

Mi desdén después se hizo extensivo al cómic, porque, en la adolescencia, a mi hermano mayor ese género (¿o ese formato?) le empezó a encantar. Me aburren Superman y Batman en casi todas sus manifestaciones (la reciente de Lego es divertida, lo admito). Marvel es un misterio absoluto para mí… pero no uno que me interese particularmente resolver. No soporté el par de mangas de Astroboy que leí y Studio Ghibli me tiene realmente sin cuidado. Pixar es una cosa aparte (otro día un post al respecto), porque a mi hijo de dos años y medio le encantan sus pelis y, como he descubierto con él, con toda razón, pero… los dibujitos, en general, no son lo mío.

Por eso es sorprendente, para mí, lo mucho que me gustó Watchmen, la novela gráfica de Alan Moore y Dave Gibbons (1987), cuando mi hermano me la regaló por allá por el 2009. Creo que es una obra maestra, realmente, que desenmascara –al igual que V for Vendetta del mismo Moore y David Lloyd [1989]– muchos de los supuestos y sobreentendidos aceptados acríticamente de la postmodernidad, además de que es simplemente a hell of a story…

Y de esta obra maestra trata el artículo que esta semana la gran revista ViceVersa tuvo la amabilidad de publicarme en una serie sobre ucronía y distopía (de por sí, subgéneros de la ciencia ficción… ¿el final de la rebelión adolescente, un síntoma de la madurez o de la resignación o del ascenso social?) cuyos primeros episodios pueden encontrar aquí y aquí.

Ucronía y distopía (III): Quis custodiet ipsos custodet?

¿Que por qué no mencioné la película, filmada en 2009 por Zack Snyder, el inconstante director de excelentes remakes como Dawn of the Dead (2004) pero también de bodrios como Batman v Superman: Dawn of Justice (2016) o como la misma Watchmen? Por eso, porque es un bodrio insufrible que no merece manchar la genialidad del cómic original.

También porque ya me había pasado y con mucho del número de palabras establecido para las contribuciones a ViceVersa…

(Crédito de imagen de thumbnail: http://www.dccomics.com/characters/watchmen. Crédito de imagen de inicio de post: http://drbexl.co.uk/2011/09/14/recent-find-the-end-is-nigh-peterould/).

Published by Roberto Ponce Cordero

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